
A veces va con sombrero y muchas más con corbata, pero se lo puede permitir. Es el rasgo de distinción que da ser uno de los grandes a nuestra manera. Si fuese americano tal vez luciría esas camisas floreadas de gánster retirado a lo James Ellroy, aunque me costaría verlo así de disfrazado.
Andreu Martín tiene más estilo que el perro de los Ángeles. Incluso tiene perro propio y lo pasea por la ciudad, que también recorre a menudo a bordo de sus autobuses urbanos, asegura que escribiendo. Supongo que por eso se sube a esos vehículos impredecibles a los que cualquier imprevisto les hace saltarse el horario. Supongo que eso es lo que busca este hombre que lleva a sus espaldas más de 120 obras publicadas (novela negra en catalán y en castellano y libros infantiles y juveniles en ambas lenguas como principales géneros cultivados), un autobús que se encalle y que le permita ganar más tiempo creando historias.
Andreu Martín (Barcelona, 1949) reconoce que en algunas ocasiones se ha sentido como el último mohicano haciendo novela negra, cuando no estaba de moda, cuando algunos ya habían abandonado el barco o lo habían dejado reposar. Ahora cumple más de 35 años de carrera matando a gente (sobre el papel) y lo hace recibiendo el premio Francisco González Ledesma a toda una trayectoria. Pero Andreu Martín ha marcado a las siguientes generaciones de escritores y a muchas de lectores, así que tal vez vale la pena que repasemos sus principales méritos negros.

Dejemos los premios y reconocimientos para el final y centrémonos en sus obras. A mi entender, Andreu Martín ha ido jalonando con obras imprescindibles la novela negra española y catalana en estas últimas tres décadas y media. Es imposible hacer un recorrido completo por toda su bibliografía, pero es innegable que nos va dejando como mínimo un gran libro por década. Así, en 1980 perpetra Protesis, la novela que demuestra que la venganza es uno de los principales motores literarios. Alejada del procedural e hija directa de la violencia (algún crítico asegura que Martín ya practicaba el tarantinismo quince años antes que el director de Reservoir Dogs), es la novela que supuso la consolidación en el género del autor. Casi al final de la década llegó Barcelona connection. Fue en 1988 y en ella se nos muestra una comisaría corrupta y la llegada de la mafia a la ciudad de Barcelona, además de recordar el famoso asesinato de Raymond Vacarizzi en la prisión Modelo en 1984.
Los años 90 supusieron la llegada del personaje de Flanagan, de gran popularidad y que marcó un hito muy importante: el acercamiento del género negro a toda una generación de lectores que empezó con sus aventuras y que a medida que crecieron se fueron aficionando a las novelas más duras del autor. La serie fue escrita con uno de los partenaires habituales de Martín, que a menudo usa las novelas a cuatro manos: Jaume Ribera.
Precisamente a cuatro manos llegó la gran obra de la primera década del siglo XXI, Cop a la Virreina, escrita el 2004 con el periodista Carles Quílez, con quien repetiría otra gran novela, Piel de policía. Pero sin ninguna clase de dudas, los últimos años de Martín nos han aportado dos novelas impresionantes, entre ellas su obra maestra Cabaret Pompeya, del 2013, en la que el autor aprovecha el género para hacer un retrato emocional y personal de la historia de Barcelona a lo largo de más de sesenta años, desde la Rosa de Foc casi hasta la transición. Una novela sencillamente maravillosa. Y luego volvió a rizar el rizo con Sociedad Negra, del 2013, una novela de estructura que se adentra en el mundo de las mafias chinas y de las bandas latinoamericanas pero centrando su atención en la figura del confidente.
Es decir, Andreu Martín ha puesto dos listones muy altos para poder seguirle: no repetir personaje serial en sus novelas para adultos y por tanto obligarse a crear siempre una estructura desde cero, y una ambición muy grande en la búsqueda constante de una nueva manera de narrar.
Por supuesto hay muchos otros títulos de Andreu Martín susceptibles de estar en esta lista, pero sin ninguna duda estos están con todos los honores. De hecho, Martín sabe perfectamente lo que es ser querido por sus compañeros, como testimonia el premio memorial Jaume Fuster del 2003, o los tres premios Hammett cosechados en 1989, 1993 y 2000; o el singularísimo premio del Colegio de Detectives de Cataluña del 2001, y sobretodo el premio Pepe Carvalho de 2011 por su dedicación al género negro, al que se le suma este premio González Ledesma.
Son todos ellos premios merecidos por sus novelas y por ser un hombre de verbo fácil y divertido, pero a la vez cargado de datos precisos, historias concretas y un profundo conocimiento de este mundo negro. Un tipo generoso con sombrero que coge el autobús para escribir, tal vez un libro sobre cómo se escribe una novela negra.
SEBASTIÀ BENNASAR