Una de las cosas buenas de las revistas y periódicos norteamericanos es que durante mucho tiempo han sido el sustento económico de una pléyade de buenos escritores que vieron como alguien les pagaba por sus historias mientras esperaban una buena oportunidad. Cuenta la leyenda que uno de esos escritores era Mario Puzo (1920-1999) y que colocaba sus cuentos por cincuenta dólares en Penthouse y en Playboy. Ahora que finalmente le han dado el premio Príncipe de Asturias a Francis Ford Coppola, conviene recordar -aunque sólo sea para provocar- que sin Puzo Coppola no habría obtenido el mayor de sus éxitos: la trílogía de El Padrino.
Así pues, este escritor que creó a los Corleone, nació en 1920 en Nueva York -el principal escenario de la serie-, hijo de inmigrantes napolitanos bastante pobres que vivían en la llamada cocina del infierno, uno de los peores lugares de la ciudad de los rascacielos, conocido por su alto índice de criminalidad. Licenciado en la universidad de Columbia, sirvió en el ejército pero no entró en combate: fue oficial de relaciones públicas en Alemania, precisamente el escenario de su primer libro, La arena sucia, ambientado en la inmediata postguerra italiana.
La escuela de las publicaciones periódicas le sirvió, igual que el periodismo, para foguearse de cara a la escritura de su obra mestra. Así pues, entre 1964 y 1969 llegó a publicar como Mario Cleri hasta nueve libros con los relatos que había ido vendiendo en diferentes revistas periódicas, algunas de grandes tiradas -aunque el hecho de ser eróticas hace suponer que debía tener pocos lectores-. Fue el 1969 cuando le llegó el éxito, aunque desde el primer momento sus obras se habían vendido razonablemente bien. Pero El padrino le convirtió en un mito y sus ventas y sobretodo el dinero ganado con la adaptación cinematográfica le permitieron vivir con comodidad. Puzo trabajó codo con codo con Francis Ford Coppola y consiguió dar una aura romántica a los mafiosos y su trabajo en el guión les valió el Oscar de 1972.
Puzo siempre ha considerado su novela de 1965 La Mamma como su mejor obra, mientras que los críticos de novela negra consideran que este honor lo debería tener El siciliano, de 1984. Dice la leyenda, también, que desde 1972 nunca volvió a pagar una comida ni una cena fuera de casa. Siempre había alguien en el local que le saludaba tocándose el sombrero. Aunque probablemente no sea verdad y alguna vez le tocase pagar a él la cuenta. Sin él Francis Ford Coppola no sería Príncipe de Asturias.