Juan Ramón Biedma es uno de nuestros escritores más interentes. Diez años después de su debut, nos acaba de dejar Su última novela tiene el atrevimiento de titularse como un verso de Wilde, “Tus maravillosos ojos vengativos cuando todo ha pasado”, un pastiche holmesiano de alta intensidad publicado por Lengua de Trapo, un libro que hará las delicias de los lectores y que nos mostrará la real Inglaterra victoriana.
-¿Por qué escribes novela negra?
Hace tiempo que intento escribir una novela fuera de este género. Mi agente también me recomienda que lo haga. Sólo me queda encontrar una fórmula para tratar una historia sin que transcurra en un núcleo urbano (que son los únicos que conozco), sin que aparezca ninguna clase de delito (y aún así esté protagonizada por gente de carne, hueso y sangre) y extirpando de ella todo vestigio de realidad. Ya queda menos.
-En tu última novela has decidido sumergirte en una época fascinante con personajes fascinantes. ¿Te imponía respeto?
Siento más propia y más cercana una calle del Londres de 1891 –los lectores patológicos nos hemos criado en las primeras novelas que llegaron a nuestras manos-, con sus adoquines, su miseria concentrada y su cielo negro que un pueblo cualquiera de España durante la Semana Santa.
-¿Cómo ha sido el proceso de desmitificación de esa Inglaterra?
La primera aproximación, ya lo he dicho, es puramente literaria. La siguiente, la que pretende ir más allá, no debería serlo, ya que supuso años de búsqueda en hemeroteca y bibliografía de acontecimientos cuyo significado simbolizara las características propias de esa época. Pero al final, te encuentras que, por muy documentados que estén, has terminado hablando de cerdos gigantes, zoológicos humanos o picos de contaminación conocidos como niebla asesina y que tus problemas para distinguir literatura y realidad siguen intactos.
-Tienes un personaje fabuloso, Cox, desenterrador de cadáveres. Cuéntanos algo de su proceso creativo.
Cox es un antiguo profesor de Filosofía del Derecho que termina buscándose la vida en el desentierro de cadáveres y al que rescatamos de su suerte para introducirlo como pieza clave en la investigación de la novela. Lo seguimos mientras se redime de la suciedad interna y externa en la que está sumergido, lo veremos recobrar su dignidad, entender los motivos por los que lo abandonó la mujer de su vida e incluso vislumbrar un punto de esperanza antes de comprender que no es conveniente bajar la guardia ante los espejismos con los que la vida se ríe de los desgraciados como él.
-¿Tu novela puede considerarse un pastiche holmesiano? ¿Has realizado tu contribución al homenaje o crees que es algo totalmente diferente?
No estaba concebida como tal, durante mucho tiempo fueron el resto de los personajes los que ocupaban todo el protagonismo, pero en el momento en que permití que Sherlock se hiciera un hueco, asumí la condición de pastiche y toda la responsabilidad que ello comporta. Desde entonces no he apartado la mirada de los especialistas holmesianos. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que respirara aliviado ante su reacción sobre la mezcla de rigor, cariño e inmisericorde irreverencia con la que trato al personaje.
-¿Cómo valoras el presente de la novela negra en España?
Ningún momento literario examinado desde dentro es íntegramente brillante. Resulta necesario distanciarse para apreciar la potencia de algunas obras aisladas y unos pocos nombres que han aparecido en los últimos años y que sin duda perdurarán en las enciclopedias cuando la librerías no sean más que un recuerdo.
-¿Hacia dónde se dirige tu obra?
Tengo una novela terminada que transcurre en el mundo del teatro de los años treinta, con un fuerte soplo de comedia. Pero mi trabajo actual está encaminado a por lo menos dos novelas negrísimas contemporáneas donde intento contar la nueva transición política que estamos viviendo.
-Impartes algunos cursos de escritores. ¿Qué consejo le darías a alguien que lea esta entrevista y quiera ser escritor?
Mis cursos son una invitación a la segunda vuelta, al siguiente paso, al inconformismo constante en tu trabajo. Si no eres capaz de desechar la basura que normalmente surge de nuestros teclados en primera instancia, es mejor que te reserves tus historia. El segundo consejo es que no sigas ninguno, sobre todo, éste.
-Volviendo a tu libro, ¿hasta qué punto has querido explicar una cierta verdad sobre una Inglaterra de la que no se nos ha explicado?
Era obligatorio visitar esos callejones que se nos habían escamoteado, permanecer en esos dormitorios donde antes se apagaba la luz, describir esa miseria que a veces quedaba en los márgenes del encuadre. Autores como Stevenson, Wilde o el propio Dickens vieron fuertemente limitada su capacidad de maniobra narrativa por las restricciones de la época. Mi desafío, desde siempre, fue construir una novela que mantuviera la arrebatadora pasión de sus historias pero con la libertad de movimientos de nuestros días.
-¿Esa situación de absoluta miseria y degradación humana, era extrapolable a España? De otra manera, ¿al hablar de Inglaterra y su miseria estabas hablando del conjunto de la época en todo el mundo?
Más que del imperio británico y sus colonias –que podría asemejarse a otro de nuestros períodos-, los paralelismos quedan establecidos entre el Londres de la época y cualquiera de nuestras grandes ciudades: enormes urbes pésimamente organizadas en las que algunos barrios funcionan como fronteras entre clases sociales cada vez más polarizadas a merced de unos dirigentes completamente alejados de su realidad.
-Es una novela cargada de lecturas. ¿Te fascina también esa literatura?
Seguramente es la única que me interesa; las historias planas que marchan en una sola dirección pueden tener un buen arranque pero suelen perder potencia en nuestra memoria y en la mayoría de los casos terminan perdiéndose en nada.
-Y ya para acabar y obligada para todos los que pasáis por nuestro cuestionario: ¿qué cinco novelas negras te llevarías a una isla desierta?
A esta pregunta puedo responder de carrerilla: me llevaría una novela de Donna Leon, otra del último Andrea Camilleri, otra de Camilla Läckberg, otra de Henning Mankell y otra de Lee Child. Novelistas mediocres y sobrevalorados todos cuyas obras me durarían mucho más que si fuera cargado de auténtica literatura.
SEBASTIÀ BENNASAR