Insiste con vehemencia que sean los demás los que primero crucen la puerta. La escena se repite en todas las puertas, en los pasillos de un lujoso hotel barcelonés. Yo pido que sea él, pero lo hago con menor fuerza y acabo cediendo. Siempre gana él, que se instala en la retaguardia. Quizás sean ese ímpetu y caballerosidad, pruebas de lo que teoriza el protagonista de la anécdota, Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), en su ensayo ‘La hispanibundia. Retrato español de familia’ (Acantilado). El autor recurre a la cultura para explicar las aportaciones al mundo de lo español. El texto empezó a forjarse hace medio siglo, como apuntes del autor que impartía un curso de verano sobre historia de la cultura en la Universidad de Sevilla, en 1966.

Al posar, se muestra recto como un mariscal. En su mirada marcial y alemana (su familia procede de Hamburgo), casi pétrea, proyecta respeto: al fotógrafo que le mira, a las palabras y su origen, a la historia, diría que a la vida. Es capaz de ver en la Plaza Mayor, heredera del ágora griega, una aportación fundamental de la cultura española a la convivencia entre las tres culturas. “Si España no sobrevive, y sucumbe a la máquina devastadora y vulgarizadora de la globalización, la esencia histórica del mito fundacional de Europa quedaría horriblemente dañada”, avisa Wiesenthal, que ve a España, lugar por definición de frontera, como la respuesta a muchos de los retos que plantea el viejo continente. Algunas de las raíces de lo que constituye el carácter español las sitúa en la identidad frente a los imperios islámicos o en la unión con América.
El autor esribe:
“Los ingleses mantuvieron el mito fundacional de su monarquía, y conservan su espíritu de libertad y de independencia. Los alemanes y todos los países que formaban el antiguo Imperio austrohúngaro fueron a dar en repúblicas que tienen un triste pero sincero y auténtico mito fundacional: las terribles guerras mundiales del siglo XX, que tanto daño causaron a nuestra Europa. Los italianos conservan el mito fundacional de su unidad, los países nórdicos mantuvieron los mitos originales de sus monarquías. Sólo los españoles parecen renegar de la memoria de sus mitos fundacionales, incluyendo a veces en esta almoneda los pactos de su propia Constitución”.

Y cuando teoriza sobre El Quijote, apunta:
“Es significativo que, en los peores momentos de crisis, el pueblo español haya contribuido de una manera casi suicida a mantener, contra viento y marea, la supervivencia de las mismas instituciones que lo aplastaban. Las crisis sociales y económicas suelen propiciar, en todos los países, movimientos idealistas que desbordan a los conservadores y a las clases dominantes. En España, por el contrario, las crisis se resuelven a menudo con una reacción de aislamiento, a la que el pueblo se suma muy a gusto, porque parece estar siempre deseando la vuelta a su rutina elemental.
En esos momentos de naufragio, inquietud y agonía, se manifiestan, si cabe con mayor brillantez, los sorprendentes recursos del genio español… así nació, como rosa entre espinas, la maravilla de nuestro modernismo. Entre las guerras de África, los dolores de la Revolución Industrial y los motines de Barcelona brotó ese lirio. Nuestras mejores y más originales aportaciones culturales han surgido precisamente en ese clima bronco y preocupante”.
Carles Domènec