Prix Internacional de Roman Policier 2015, Víctor del Árbol se ha afirmado como un buen ejemplo del escritor de género “negro” que ha acertado en combinar la trama policial con la mirada sobre la realidad colectiva, la comprensión del pasado histórico y la propia crítica cultural del proceso civilizatorio occidental.
El escritor catalán siempre se ha caracterizado por la importancia que le ha otorgado a la literatura como vehículo de transmisión del conocimiento del pasado e instrumento también de configuración de la memoria histórica. Esto situándose siempre del lado de la subjetividad de los protagonistas. De ahí la escasa magnitud que ha dado a los “grandes personajes” del acontecer político (con un lugar tangencial en las tramas de sus novelas) y la relevancia que ha otorgado en cambio a los periplos de los individuos comunes. De hecho, “ Un millón de gotas” , su obra de más éxito y que está en el origen de su reconocimiento internacional, narra un drama familiar que en el fondo acaba ilustrando un drama colectivo sintetizado en la experiencia histórica del totalitarismo.
La crítica de la cultura y del proceso civilizatorio no ha dejado tampoco de ocupar un lugar trascendental en su obra. Una producción ficcional que ha sabido abordar la cuestión moral de la maldad humana, las relaciones entre el crimen individual y el crimen colectivo y, evidentemente, emprender una reflexión sobre las muy frágiles fronteras entre utopía, civilización y barbarie. Sin duda uno de los mayores méritos de “ Un millón de gotas” haya sido el de plantear el interrogante de hasta qué punto los individuos pueden escaparse de sus circunstancias. Del Árbol nunca ha dejado de creer que estos pueden elegir sus caminos. Quizás sea este uno de los puntos más espinosos de su obra, dado que se revela claro que los individuos gozan de escasa posibilidad de elección en el marco de un contexto histórico en el que el crimen se convierte en un habitus y por lo tanto, retomando la célebre expresión de Hannah Arendt, en una “banalidad”. El magnético y al mismo tiempo desmitificado personaje de Elías y el propio y enigmático Igor, figuras que constituyen el eje vertebrador de su obra, no se limitan a encarnar la dialéctica entre la utopía y la barbarie, sino que también simbolizan un tiempo y realidad histórica del que son prisioneros. No hay unanimidad entre los comentaristas de su obra en torno a la visión optimista o pesimista sobre la condición humana que destila “ Un millón de gotas”, pero si existe sobre el hecho de que Víctor del Árbol ha sabido interpelar sobre los males del siglo XX a través de una estructura narrativa en la que conviven el “Noir”, lo histórico y la crítica de la cultura.
LAURENTINO VÉLEZ-PELLIGRINI