
Llort (1966) es el nombre literario de Lluís Llort, periodista cultural de larga trayectoria y novelista que en los últimos tiempos se ha afianzado en el mundo de la novela negra en catalán (con una obra muy particular que ultrapasa los géneros). Hoy sale a la venta “Sota l’asfalt” (RBA La Magrana) una novela en la que se libera de todos los prejuicios para adentrarnos en el submundo del metro de Barcelona.
¿El metro es un espacio mítico, un espacio de falsa seguridad y un espacio de atracción hacia lo desconocido? ¿Las tres cosas? ¿Ninguna de ellas?
Para la mayoría de gente el metro es un espacio angustioso. Subterráneo en la mayoría de casos (aunque en diferentes líneas se salga al exterior, en Barcelona, en Nueva York, en Berlin…) y lleno de espacios donde no se puede acceder, túneles oscuros, aglomeraciones de gente que te arrastran o, al contrario, andenes vacíos a horas intempestivas donde puede pasar cualquier cosa y ninguna buena. He conocido a gente que incluso soñaba a menudo con el metro y son pesadillas. Lo utilizamos porque es práctico y vamos con el piloto automático, sin fijarnos en el entorno, pero es un espacio inquietante.
-La mayor parte de la novela pasa bajo tierra, en un espacio realmente muy desconocido. ¿Somos conscientes de lo que esconde el metro?
-No, o no la mayoría. Como explico en los agradecimientos, todo parte de una conversación de sobremesa con una amiga que trabaja en el metro y en sólo quince minutos explicó tantas anécdotas y curiosidades relacionadas con su funcionamiento que me puso en marcha la novela. Por ejemplo, ¿qué hay detrás de las puertas de los pasadizos? ¿Quién abre y cierra las instalaciones? ¿Cómo se revisa el estado de las vías? ¿Qué tipo de sustos o riesgos sufren los trabajadores? “Sota l’asfalt” no quiere ser un documental ni un manual de usuario, pero sí que, aunque sea sólo temporalmente, nos obliga a mirar diferente una actividad tan cotidiana y lo que la rodea.
–Eres usuario habitual de moto. ¿Por qué esta novela?
-El metro es práctico, pero en Barcelona la moto lo es más. La novela la puso en marcha la conversación que he comentado, pero también las ganas de escribir un texto “ligero”, en el sentido en que si fueses una película, sería una de serie B: acción continuada, situaciones inquietantes, diálogos ágiles, dosis de violencia, de humor, de sexo, de terror… Además, acostumbro a ir en moto pero he ido mucho en metro también. No sueño con él, pero una vez puse “ojos de análisis” y me lo pasé bomba mezclando los espacios inquietantes que comentaba con la imaginación más lúdica.
En los últimos años hay una línea que une tus trabajos que es la complejidad de las relaciones familiares…
Diría que siempre ha estado presente. Ahora no es el momento, pero si repasamos las diez novelas que llevo publicadas, en la mayoría las relaciones familiares están presentes y son complicadas. Pero es un clásico de la literatura! Cuántas veces alguien explica algún marrón familiar, del pasado, y lo remata con un “es para escribir una novela”! Pues esto, las relaciones familiares dan mucho juego y me estimula crearlas porque es fácil que sean verosímiles en el sentido que el lector se identifique o identifique a alguien concreto, y además miro de llevarlas a los extremos para hacerlas más emocionantes.
-¿Ha vuelto el Llort más gamberro o no se había ido nunca?
-Como no escribo “con calculadora”, cada vez parto de cero y eso quiere decir escribir lo que ve viene en gana. No estaba previsto hacer nada concreto excepto, como siempre, pasármelo bien escribiendo y tratar de crear una trama que enganche al lector. En “Sota l’asfalt” sí que me he liberado más, pero tampoco es que en las anteriores me hubiese contenido. Cada historia pide o permite unos límites en todos los sentidos. Esta, como decía, tiene vocación de serie B, de Coca-cola y palomitas, pero con fragmentos de crítica y de buscar un estilo personal muy marcado. Vaya, que sí, es más gamberra y bestia que las dos anteriores pero… porque más bien soy así.
-También es un libro que juega con las percepciones de la realidad, con sus múltiples formas…
-Era uno de los diversos juegos creativos, mostrar que la realidad puede adaptarse a la visión de quien la vive. Al revés, de hecho, nos aprovechamos de las circunstancias. Como el niño que suspende y asegura que el profe le tiene manía… Si se dice aquello de “la belleza está en los ojos de quien mira”, también se podría afirmar de la realidad.

-Siempre has optado por las frases curtas, pero en esta ocasión lo llevas al límite, al párrafo que a veces es sólo un verbo. ¿Por qué esta voluntad extrema de depuración?
-Por placer, por experimentación, porque me lo pedía el ritmo y el personaje… En esta obra hay un 60% podríamos decir de monólogo interior, no puro porque sería insoportable. El resto es “una narración normal”. En toda la parte en la que el protagonista narra en primera persona lo que le está pasando, “en directo”, podríamos decir, las sensaciones le llegan a impulsos, en muchos momentos, y la manera de mostrarlos era ser muy conciso.
-¿Es una novela de riesgo? O dicho de otra forma, has decidido salir de aquello fácil que era el modelo de relativo éxito de las dos novelas anteriores para mostrar otra cara de tu creatividad?
-Sí, tiene un relativo riesgo porque sospecho que el lector ideal es un grupo que no lee y, cuando lo hace, no son autores catalanes (ambos conceptos dan para una tertulia que ahora no toca). Si fuese una película sí que accedería al público ideal, creo. Y tiene riesgo porque mezcla géneros, como siempre hago, pero de los considerados “menores”. Si lo haces de manera inconsciente, mal, pero es del todo voluntario. Otra cosa es que le guste a un lector o a otro… Con todo, que quede claro que está muy trabajada porque hay mil detalles que pueden pasar desapercibidos, como las puertas de los pasadizos del metro, pero están allí. Sin exagerar, la he revisado a fondo de arriba abajo tal vez cincuenta veces (sí, me estoy volviendo obsesivo con esto) y en parte es una contradicción (que me da igual), como hacer una elaboración muy elaborada y detallista para un producto final de “fast food”. En cualquier caso, insisto que siempre escribo lo que me pide el cuerpo… Ahora he acabado una que es 100% académica. Incluso con procedimiento policial, un hecho insólito en mi obra, va como va.
–Trabajas en un periódico, en el suplemento de cultura, haces crítica literaria, ¿cómo ves el panorama de la novela negra en cataán en estos momentos y cómo crees que encaja o desencaja tu obra?
-El panorama lo veo creciente y, lo más importante, consolidándose. Pero queda mucho trabajo, no tanto de apoyo en forma de festivales, sino más bien que los mismos autores tenemos que abrir puertas y crear una variedad que sorprenda a los lectores. Y mantener y mejorar la calidad en todos los sentidos. Yo he entrado en el género por la tangente y se me ha “acusado” de no hacer exactamente novela negra ni policíaca. Cierto, si aplicamos criterios académicos. Es lo que tiene salirse de la raya cuando pintas. No lo hago para tocar las narices ni para ir de original, me sale así siguiendo la máxima de escribir lo que me gustaría leer. A pesar de todo, sea el género que sea, intento, hasta donde sé, que el lector se enganche a la lectura y que, una vez leída, reflexione pocos minutos sobre qué le ha gustado y qué no, cierre la novela y continúe con su vida. Si consigo esto quedo del todo satisfecho.
Sebastià Bennasar