LOS AVATARES DE LACORRECCIÓN POLÍTICAEN LA NOVELA NEGRA ACTUAL

¿Puede lo políticamente correcto ser contraproducente para la actual novela negra? Laurentino Velez abre hoy un debate muy interesante en Bearn Black en una nueva colaboración especial para nuestro medio que le agradecemos especialmente

 

El papel del cine y la literatura como instrumentos de reproducción y legitimación social y cultural de determinados imaginarios constituyó una problemática académica de sombra alargada. Su objeto de análisis fue sobre todo la cultura de masas y los productos de gran difusión popular como, la despectivamente denominada, literatura de “género”. La posición crítica que demostraron los Cultural Studies, la teoría y hermenéutica literaria o la propia teoría fílmica de orientación “radical”, ya no solo hacia el género negro y policial, sino de forma extensiva hacia otras ofertas culturales como la novela bélica, romántica o “rosa”, tuvo su origen en los cambios sociales, culturales e intelectuales que coincidieron con el Post-Mayo del 68. El principio básico que movió a toda una nueva generación de sociólogos y filósofos de la cultura, críticos literarios y especialistas en teoría fílmica, era que el cine de masas y la literatura de “género” externalizaban, sobre todo a través de determinados sistemas representacionales y configuraciones simbólicas, supuestos prejuicios machistas, homofóbos o racistas hacia los grupos minoritarios. Cómo no, se convertían igualmente en diana unas estructuras narrativas a las que se consideraban ideológicamente tendenciosas y proclives a exaltar los valores de una sociedad “blanca” y “heterosexual”.

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El tema está hoy en saber si esta sesuda y singular crítica “radical” y emancipadora respecto a las minorías, que bebió del post-estructuralismo francés en general y de la teoría de la desconstrucción de Jacques Derrida en el caso concreto del ámbito literario, no ha terminado por derivar en la actualidad en algunos efectos perversos de la llamada “corrección política”.
Es obvio que las configuraciones simbólicas y representacionales siempre son necesarias en la medida que tienen por función esencial aportar sistemas de significación. Un autor que desarrolle una trama en el contexto de un equipo de homicidios, difícilmente puede esquivar ciertos imaginarios colectivos y realidades sociales, como por ejemplo, el hegemónico universo cultural “masculino” del mundo policial. Esto al menos si quiere que su producción literaria goce de una cierta verosimilitud y conecte con las propias expectativas del lector. La verdadera cuestión estriba en saber qué clase de dispositivos ideológicos emanan del propio sistema simbólico y representacional. En nuestro país tenemos a autores como Lorenzo Silva, Toni Hill, Josep Camps y otros que, aún ha habiendo creado personajes policiales simbólicamente muy estandarizados en los cánones clásicos de masculinidad, no por eso han dejado de transmitir valores positivos en términos éticos y políticos.

OLYMPICS BLACK POWER SALUTEA la inversa y durante los últimos años, se ha venido dando el caso en el que la positividad del sistema simbólico y representacional ha empezado a contrastar con unas intenciones ideológicas, en cambio, bastante sospechosas. El tema de la representación ficcional de las propias minorías suscita cierta reflexión crítica. Un elemento ilustrativo es el de las series televisivas norteamericanas. La acentuada presencia de policías negros, chicanos o asiáticos han albergado la loable intención de romper con los viejos estereotipos sobre unas minorías raciales o étnicas, generalmente amalgamadas con la pobreza, la marginación, la delincuencia, la desviación y la anomía social. Sin embargo, esa misma presencia “positivizadora” de las minorías no ha dejado de convertirse en un arma de doble filo, al vehicular también la apología de los valores más conservadores imperantes en la sociedad estadounidense, en especial en lo que se refiere al triunfo social y el delirante dispositivo ideológico del “Sueño americano”. Esto, intentando volver opaca una realidad en la que son precisamente esas mismas minorías las que viven azotadas por las profundas desigualdades sociales y bolsas de pobreza que sacuden en USA.
Con lo expuesto, no puede otra cosa que concluirse que el “progresismo” de una novela negra no es tributario por fuerza de los cambios en sus sistemas representacionales, simbólicos o estéticos. De hecho, ha llegado a rozar el ridículo la marcada tendencia de ciertos autores a convertir la “corrección política” en una obsesión, introduciendo en su producción literaria visiones afirmativas y “reparativas” de perfiles sociales en otro tiempo “estigmatizados” o “patoligizados”. Ello con el agravante de que solo ha servido para filtrar tramas caracterizadas por su “insustancialidad” respecto a los verdaderos problemas de sociedad. No estaría mal recordar que tiene menos relevancia el hecho de crear un personaje policial negro o homosexual, que el de que una novela o un film sean capaces de mantenerse en su vocación de denuncia de la arbitrariedad, las desigualdades o las injusticias, aunque siga siendo a través de personajes y perfiles de lo más tradicionales. Este es precisamente el espíritu que debe mantener el género negro y no conformarse con un maquillaje que, cómo no, puede que aplome las reclamaciones de “visibilidad” en las industrias culturales por parte de las minorías, pero también que termine perpetuando ciertos discursos ideológicos en plena contradicción con la vocación originaria de este género literario. En ese sentido, es de esperar que la autoimpuesta “corrección política” no acabe siendo un avatar para la propia novela negra actual, tomándole el simulacro de lo simbólico la delantera a la sustancialidad del compromiso social.

Laurentino Vélez-Pelligrini.