La aparición de Claudio Cerdán (Yecla, 1981) en los últimos años en el panorama de la novela negra española ha supuesto un revulsivo notable según los entendidos. En primer lugar por la esperanza que representa su juventud (es decir, por todo lo bueno que puede llegar a ser en base a lo bueno que ya es) y en segundo lugar porque se inscribe en esa nueva tendencia de perder el miedo a los escenarios no habituales para situar las historias. Llego a la lectura de Cien años de perdón (Versátil), con retraso y con las expectativas creadas por todos los comentarios anteriores (y el aval de jurados muy serios en los premios y menciones conseguidos por Cerdán) y me encuentro a un novelista que no solo tiene un mundo y una voz propia -ese dominio perfecto de los escenarios alicantinos en los que después ahondaremos- sinó que en la lectura podemos reconocer la asimilación de la tradición propia de los grandes del género negro español en su vertiente más dura: Juan Madrid, determinadas novelas de Andreu Martín, tal vez algo del grandísimo Julián Ibáñez. Es decir, nos encontramos con alguien que además de haber visto mucho cine e incluso me atrevería a decir que haber consumido muchos videojuegos, ha leído, ha entendido lo que ha leído y lo ha destilado a la perfección para crear algo propio.
Cien años de perdon es una novela dura, intensa, con una gran densidad de subtramas paralelas y con un personaje perfecto: Antonio Ramos, policía nacional que se dedica a imponer el terror entre yonkis, putas y travestis de medio pelo en Alicante y un tío incapaz de dominar su mierdosa vida familiar: la mujer en una secta; la hija que le menosprecia, el hijo atontado por las pantallitas. Una vida familiar que se desarrolla en uno de esos espacios fantasmas, casi no lugares según la teoría de Marc Augé, que son los apartamentos de una zona vacacional durante el invierno, el lugar perfecto para que tu vecino sea un perfecto hijo de puta que le pega a la mujer y tú te sientes a compartir borracheras y cigarrillos con él en una playa desierta.
A Ramos, policia nacional, se le van acumulando los cadáveres encima de la mesa: primero un chapero traficante; después un viejo con escopeta sobre las piernas y síndrome de diógenes que tiene una pasta en su casa; un médico y su mujer en el mismo bloque de edificios, dos chicas violadas, y luego todos aquellos a los que los hermanos Organov, la mafia rusa de la ciudad, deciden liquidar. Ramos tiene una ética propia hasta que quiere saltarse definitivamente la línea roja: robar el dinero del viejo acumulado en las bolsas de basura, una auténtica fortuna. Para ello necesitará aliados, y estos son su propio compañero y los rusos. A partir de aquí tendrán que leer la novela.
Lo mejor que se puede decir de Cerdán es que está dotado para la escritura. Los diálogos son fluidos, acerados, durísimos y además no intenta hacerse el gracioso inútilmente. Ramos es un hijo de puta y se comporta como tal y habla como tal (a pesar de sus momentos tiernos). Cerdán construye a la perfección las imágenes de ese Alicante que no sale en los folletos turísticos, ese Alicante en el que las drogas, las navajas y la mafia de la construcción impone su ley. Cerdán no solo nos muestra la mierda que impregna la vida de sus personajes sino que nos hace tocarla, embrutece nuestra alma tanto como la de sus protagonistas, porque hay un momento en el que todos queremos que el hijo de puta de Ramos logre sus objetivos. Ha conseguido que le queramos.
Luego, claro está, la novela no es perfecta. Tiene algunos amagos de vodevil -por ejemplo utiliza la presencia de El Zorro en la ciudad para extorsionarlo con la ayuda de un periodista local en una serie de escenas totalmente prescindibles- y tiene algún punto de humor casi fallero que se debería haber matizado, pero para nada son fallos garrafales ni estructurales, al contrario, son licencias discutibles.
Y luego está la violencia y su uso. Cerdán se pone en muchos momentos en plan Tarantino, con una violencia real e hiperdura que también recuerda algunas de las mejores escenas de Seven. Esa violencia explícita en ningún caso es gratuita, sinó que refuerza a la perfección la trama y la inmensa dureza social de esta novela donde nos impacta mucho más la soledad de sus personajes y sus esperanzas frustradas que las decapitaciones, tiroteos o palizas que podamos encontrarnos. Cerdán nos revuelve el estómago con sus descripciones del Alicante suburbial y no con sus cadáveres en las piscinas de formol. Y para hacer eso hay que ser muy bueno.
SEBASTIÀ BENNASAR
Cien años de perdón
Claudio Cerdán.
Versátil
Barcelona, Octubre de 2013
354 páginas.
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