El mundo inquietante, onírico e irónico de Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín
Francisco Ferrer Lerín. Formentor (Mallorca) © Fotografía de Carles Domènec

Llegué al mundo de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) de casualidad, al asistir a una conferencia que pronunció en Jaca (Huesca), semanas antes del reencuentro en las Conversaciones literarias de Formentor (Mallorca). En la charla aparecieron el póquer, las poblaciones de necrófagos, el asesinato en Granada de su director de tesis, explosiones accidentales con víctimas. De inmediato surge un universo inquietante, de influencias oníricas, donde el humor sirve para confundir la frontera difusa que construye el autor entre lo real y la imaginación. Y me pregunto: ¿y qué más da si se trata de literatura?

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Jaca © Fotografía de Carles Domènec

“Juego al póquer desde los 14 años y solo me ha dado un poema”, matiza Ferrer Lerín, ensimismado por la precisión de la palabras, por la fuerza del matiz. Es capaz de advertir que “los nombres en las esquelas no siempre se corresponden con las personas que han muerto”. El escritor trabaja en historias inventadas a partir de detalles observados en casas de las calles de Jaca. En su blog, recomendable, incluye entradas tan sugerentes como la del 30 de julio de 2015:

“Me he mudado de casa. Al principio tenía dudas acerca de cómo llegar bien al centro. Hasta que encontré un buen recorrido. Primero la avenida Fanjul, luego la calle Sobreros, luego la plaza del Perro, la calle Anselmo Rodríguez y el pasaje de Moniche, que muere frente a la Seo. Y no tardé en descubrir la asimetría. Un caserón de la calle Sobreros lucía, en su fachada, dos ventanales que no progresaban parejos sobre la vertical de la clave del arco. Los primeros días, animado por el hallazgo del buen recorrido, no le di excesiva importancia. Después, fui notando una molesta desazón cuando pasaba por delante. Al mes, me di cuenta de que apretaba el paso para no emplear demasiado tiempo en flanquearlo. Al año, la visión me resultó insoportable y decidí explorar otros recorridos, como cuando llegué al barrio. Pero todos resultaban incómodos. La calle Tapón disponía de un excesivo número de indigentes. Las calles Modesta Lahoz y Pasión de Tupinamba olían, respectivamente, a estiércol y a taller de manualidades. La bajada de Monjas se ensuciaba a menudo con la cera de las procesiones. Decidí comprar el edificio. Que estaba inventariado. Formalicé el contrato a los dos años de la mudanza. Fue un mal negocio. No hay nada peor, entre montañeses, que mostrar interés por las cosas. Hube de hipotecar mi vivienda familiar sabiendo que no iba a poder hacer frente a los plazos. Ahora vivo entre las ruinas de la casa de ventanales asimétricos. Voy derribándola por dentro. Sin licencia. En silencio. Sin que nadie me descubra. Dejo para el final el derribo de la fachada. De hecho, caerá sola al no contar con el apoyo del resto del inmueble. Si me obligan a reconstruirla evitaré la asimetría. Nunca hubo planos. Ni fotografías. Solo existe esta. Que en seguida destruyo. ” (Del blog ferrerlerin.blogspot.com.es)

Francisco Ferrer Lerín
Francisco Ferrer Lerín. Formentor (Mallorca) © Fotografía de Carles Domènec

“A los 16 años, una profesora de francés me encargó unos poemas, en aquel tiempo yo tenía un ruido en la cabeza que se transformó en una cantinela sacrílega”, recuerda. De Cela, le interesó “su amor por la palabra”. De Ana María Matute, “las vivencias infantiles donde todo era mentira, de una infancia ficticia, me causó una gran impresión y me inició en la pasión por la naturaleza”.

Ferrer Lerín estudió Medicina en el Clínico de Barcelona, donde estuvo interno en la morgue durante un año. Se interesó por las molas, las masas carnosas e informes que a veces aparecen en la matriz con apariencia de embarazo. Se fue confirmando su futura literatura. Alguien le habló de los buitres y del centro de investigación de Jaca. “Me puse a recuperar las poblaciones de necrófagos, dejé el centro en 1971 y me dediqué de forma altruista y amateur, poníamos carne muerta, un día unos policías nos amenazaron, éramos un elemento incómodo”. Fue precisamente esperando la llegada de los buitres, cuando surgió la idea de publicar ‘Mansa chatarra’ (Jekyll & Jill), llena de componentes oníricos y cuya primera parte incluye monstruos, asesinatos y atmósferas góticas.

Francisco Ferrer Lerín
Francisco Ferrer Lerín. Jaca © Fotografía de Carles Domènec

En 1971 dejó de escribir. Regresó a la literatura a principios de los 2000. “Trabajé en revistas científicas y de divulgación. Mi estilo se convirtió en sintético: la naturaleza es antitética con la literatura, y yo veo la naturaleza con ojos de científico, casi de filatélico”. Ferrer Lerín cuenta que trabaja 13 o 14 horas al día y sigue observando la naturaleza.

Al final de una conferencia sobre ‘El jugador’ de Dostoievski en el Instituto Francés de Barcelona, Frederic Amat se le acerca y le propone escribir un guión cinematográfico. “Me pasé de listo”, declara Ferrer Lerín sobre ‘Der Rabe’, es decir ‘El cuervo’ en alemán. En 2005, se convirtió en la novela ‘Níquel’ (Mira), con tintes negros, apuntes picarescos y con la que alimentó el mito de autor con una vida que atrae las excentricidades. Fue tachado de anti catalán, un editor llegó a empujarle y arrojarle por unas escaleras. “Tuvo consecuencias graves, mi mujer me propuso introducir pasajes eróticos que me produjeron disfunción eréctil”, señala con sorna y mirada avispada. Se queja de que “en este país lo que no pasa en Barcelona o Madrid, no tiene éxito. Su obra más conocida, fruto de una tesis doctoral, es ‘El bestiario de Ferrer Lerín’ (Galaxia Gutenberg, 2007), un libro enciclopédico. Un año más tarde llega ‘Papur’ (Eclipsados), que no contó con demasiada difusión. En 2009, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica por la poesía de ‘Fámulo’ (Nuevos Textos Sagrados), que es “el nombre que recibían los alumnos que no podían pagar las mensualidades y servían en las comidas en el colegio”. Ahí encontramos una sección titulada Paleografía con elementos poéticos que no fueron escritos con intención poética. Y en sintonía con ese concepto, Ferrer Lerín se interesa por el arte casual.

Como continuación de ‘Níquel’ llegó ‘Familias como la mía’ (Tusquets, 2011) y ahora prepara un libro con los secundarios de esa novela. De su blog, nace ‘Gingival’ (Menoscuarto, 2012) y sigue con historias inventadas a partir de la observación de las calles de Jaca. De su último libro publicado, ’30 niñas’ (Leteradura, 2014), expone que “son relatos de 30 amigas a las que pedí experiencias sobre la infancia que después tergiversé, surgió de un viaje de una amiga a Formentera, vio una lagartija verde, me la mandó la fotografía por WhatsApp y yo, por agradecimiento le mandé un cuento”.

Carles Domènec