Vuelve hoy a las páginas de Bearn Black nuestro colaborador Laurentino Vélez que en esta ocasión nos ofrece un análisis de la nueva obra de Víctor del Árbol y la contextualiza en la tradición del premio Nadal.
Contaba Sergi Doria en su magistral biografía, Ignacio Agustí, el árbol y la ceniza, (Destino,2013), cómo la organización del Primer Premio Nadal de 1944 había estado rodeada por toda suerte de intrigas y presiones sobre Agustí y Josep Vergés, con el objetivo de amañar el nombramiento del ganador. Las apuestas apuntaban hacia el insulso, frívolo y vividor Cesar González-Ruano. El mismo día en que expiraba el plazo para la presentación de manuscritos, Agustí recibía en su despacho un sobre con la estampilla de correo “urgente” y un nombre de mujer en el remite: una misteriosa señorita Carmen Laforet Díaz. La lectura de Nada le fascinará y después de muchas deliberaciones en las que el propio Vergés había expresado sus dudas sobre aquella joven, novel y desconocida autora, Agustí logrará convencer al jurado. Nada, una obra de prosa intimista que narraba el desconcierto de una joven ante una realidad familiar sacudida por la derrota, el fracaso, la desmoralización, la violencia y la falta de esperanza, ganaba el Primer Premio Nadal.
Solitaria y enigmática, Laforet marcó sin embargo el inicio de una nueva etapa en esa España dominada por el profundo vacío cultural que había dejado el exilio de la intelectualidad republicana. Destino se convirtió así en el santuario editorial de una nueva generación, emocionalmente herida a raíz de una adolescencia truncada y después de que le cayese encima toda la historia de España, pero entre la que emanaran muchos de los “Grandes” de la tradición narrativa de la posguerra y tardo-posguerra. Hablar del Nadal es aludir sobre todo a un testigo privilegiado de la historia intelectual española durante la segunda mitad del siglo XX y a la propia evolución personal de unos padres fundadores que se habían ido despertando de las pesadillas políticas e ideológicas de la “Revolución pendiente”. De ahí el alto significado que el premio llegó a tener a efectos de reconocimiento a la obra y trayectoria de cualquier autor.
Sin desmerecer a ciertos y anteriores galardonados, el fallo del Premio Nadal 2016 en la figura de Víctor del Árbol por la obra, La víspera de casi todo, ( Destino,2016) apela a reflexión por partida doble, en la medida que el galardón da la impresión de recuperar el respeto por si mismo y su pasado y esto después de unos cuantos años de evidente autodegradación. Inútil entrar en disecciones sobre cómo la mano negra del mercado y el triunfo de los grandes intereses comerciales, han relegado los criterios de calidad literaria a un papel cada vez más testimonial.
Germinal es un inspector de policía trasladado a A Coruña, que a pesar de haber recibido medalla por la resolución del crimen de una niña, vive dominado por la mala conciencia y la frustración, además de atormentado por el recuerdo de una infancia tenebrosa. Su vida personal está ella misma repleta de sombras, con un matrimonio que no le satisface y un hijo dotado para la música, pero gravemente enfermo y del que Germinal no soporta el sufrimiento. De repente, es avisado por sus compañeros que una mujer, hospitalizada a raíz de una violenta agresión, requiere su presencia. Al principio no la reconoce, pero descubre su identidad. Eva, una rica heredera que lleva meses desaparecida, ha tenido más trascendencia en su vida de lo que las apariencias dejan pensar.
Alrededor de ella y del propio Germinal van a surgir una serie de personajes con distintos periplos y orígenes, pero todos ellos perseguidos por el mismo fantasma, el del pasado : Dolores, una antigua maestra de escuela y su hija Martina, que sueña con ser escultora; Mauricio, un anciano de origen argentino repleto de nostalgia y melancolía por su país; Daniel, un muchacho marcado por el desprecio y la humillación. Todos ellos configuran el círculo de la trama y en medio de un contexto y estética paisajística que nos hace viajar a la misteriosa Galicia costera, pero también a los rincones más mágicos de la ciudad de Buenos Aires y eso desde un homenaje del autor a su cultura popular y a la tradición poética argentina.
Víctor del Árbol vuelve a brindarnos unos perfiles ficcionales de una terrible fuerza, que aparecen como espejos rotos reflejando una alma fragmentada en la que conviven y se complementan el amor y el odio, el bien y el mal, la venganza y la compasión. La carga histórica es esta vez algo menor que en sus anteriores novelas, pero Del Árbol se mantiene fiel a su denuncia contra la maldad del poder y la barbarie y falta de piedad de los verdugos a su servicio, apelando contra la desmemoria ante unas víctimas impotentes frente a su martirio. El lado irreparable del pasado y de los errores que hayamos podido cometer en él, la dureza de la experiencia existencial y los entresijos de la condición humana tornan a ser centrales en su obra. Se trata de una trama que nos recuerda cómo la crueldad de un mundo que no nos comprende puede llevarnos a aislarnos de él hasta caer en la locura. Cómo la duda y el dolor por la ausencia de los seres que ya no están pueden torturarnos el espíritu. Pero también, cómo el sentido de la supervivencia nos conduce a traicionar a los que más amamos, pagando por ello el precio de que la culpa y el remordimiento nos pese en el alma de por vida. “La víspera de casi todo” es un recordatorio de cómo nunca podemos huir de nosotros mismos y de cómo la fuerza de las circunstancias acaba venciendo nuestra voluntad, no dejándonos otro alivio que el de seguir caminando después de dejar atrás un pasado sin remedio. Es de celebrar que el Premio Nadal haya honrado este año su originaria vocación por la excelencia literaria.
LAURENTINO VÉLEZ-PELLIGRINI