En esta república tan independiente como es la gran casa del género negro, hay reyes y reinas. Pero no en el sentido monárquico-dinástico, que también, sinó en el sentido pugilístico del término (¿hay algo más negro y corrupto y a la vez épico que un combate de boxeo?). Y sin ninguna duda, hoy por hoy la mejor escritora de novela negra de España es Empar Fernández. Hay buenas candidatas al título (Rosa Ribas, Susana Hernández… por ejemplo) y hay reinas madre, como Alicia Giménez Bartlett. Pero nadie está tan en forma, es tan contundente y escribe tan bien como Empar Fernández. Y además hace novela negra, negrísima. Sin chusma, yonquis, lumpen y sin polis (o con los justos). Con aspirante a detective privado y con una historia de una solidez a prueba de bombas y con una descripción brutal de la realidad social contemporánea. O sea, novela negra en vena. Ni grises, ni asfaltos, ni nada de nada. Parece mentira que en un tiempo en que todos nos estamos matando por la reivindicación del género y su dignificación ahora vengan a decirnos que dos de nuestros mejores autores (Fernández y Carlos Zanón) no hacen negro. Por favor. Revisen sus notas sobre lo que es novela negra y lo que no y dejen de incluir en lo que sí es novela negra a una buena parte de lo que se incluye porque no lo es e incluyan a estos dos, que son puro carbón.
Dicho todo lo anterior, convendría empezar a explicar las virtudes que han hecho que Empar Fernández (Barcelona, 1962) se haya coronado con el título de los pesos pesados y lo haya sabido defender a lo largo del tiempo. Vuelvo al boxeo: los púgiles destacan por dos cosas o por dos modelos diferentes de pelear. Los hay con grandes pegadas que buscan el cuerpo a cuerpo en el primer minuto y el KO, sabedores que a partir del cuarto round su intensidad baja y los hay con una gran capacidad de encaje, que aguantan y aguantan buscando un golpe vencedor. La trayectoria editorial de Fernández es la de boxeador con capacidad de aguante (finalista en numerosos premios, escritora a cuatro manos, escritora de varios géneros y escritora que entusiasma a la crítica pero que no acaba de conectar con el público) mientras que su faceta como autora cuenta con una capacidad de pegada brutal. A partir de la página cincuenta de sus novelas tiene al lector vencido sobre el suelo pidiendo por un lado que se acabe el combate y por otra parte que no acabe jamás puesto que el placer es mayúsculo.
En Maldita verdad (Versátil), su última novela publicada, la escritora nos somete a un miedo silenciado: el suicidio de los adolescentes, una lacra por desgracia cada vez más extendida en nuestra sociedad contemporánea. Así, cuando una madre encuentra a su hijo adolescente muerto, contrata los servicios de un casi detective privado -le faltan dos asignaturas para acabar la carrera- para intentar entender los motivos que le han llevado a cometer ese acto. El motivo de la contratación es evidente: es lo más barato que puede encontrar y pagar. Y a partir de aquí, un juego que llevará a nuestro detective a ir indagando en una verdad que cada vez más se asemeja a un barrizal que en el fondo oculta una gran cantidad de mierda del pasado que sería mucho mejor no pisar, pero que indefectiblemente salpica a todos los implicados.
Es esta una novela sin glamour. Una novela donde el detective se acaba de mudar a un cuchitril propiedad de la abuela e invendible a un buen precio en el que el papel pintado de las paredes lleva acumulada toda la mugre de una familia humilde. Es una novela que se mueve en metro entre el Poble Sec y la Plaza de Virrei Amat, que también se merecen una novela porque es donde vive la gente normal. Es una novela de tupper de albondigas y sueños frustrados y ferreterías a punto de echar el cierre.
Y es demoledora en su manera de dosificar la información, crear atmósferas, truncar sueños. Empar Fernández ha utilizado la muerte de un adolescente para mostrarnos una vida real y un colectivo sobre el que sabemos poquísimas cosas, para poder entrar en los institutos de secundaria y para enfrentarnos a uno de los grupos más vulnerables en la actualidad, pero también para hacernos descubrir el terror infantil y el juego de miradas que se establece demasiado a menudo entre infancia, adolescencia y vida adulta. Todo ello amenizado con unos buenos personajes secundarios, una ciudad desapacible y una verdad que es siempre demasiado dolorosa. Ha vuelto la reina y nos ha dejado KO. A ver quien es el guapo que ahora encuentra algo para leer que le pueda satisfacer.
SEBASTIÀ BENNASAR