Esta vez no hay discusión. El décimo premio internacional de novela negra RBA ha recaído en un muy buen escritor de novela negra, el escocés Ian Rankin, un hombre que en su momento incluso cosechó los elogios de James Ellroy, cosa nada fácil, y que se encuentra a años luz de autores tan mediocres como Lee Child, que se llevó el premio hace dos años. La obra se llamará en español Perros salvajes, el autor se ha embolsado 125.000 euros y diríamos que lo del anonimato en la presentación a concurso se lo pasó bastante por la entrepierna: la novela se había publicado en inglés el año pasado con buenas críticas y además está protagonizada por John Rebus y Malcolm Fox. Sea como sea, cada editorial se gasta como quiere su dinero, así que adelante. (Inciso, siguiendo la política habitual de la casa no se hará nada para traducirla al catalán porque parece ser que La Negra ha decidido prescindir de los autores internacionales). Por lo menos, con este premio se seguirá publicando un buen autor de novela negra.
Ian Rankin fue la excusa para el tradicional reencuentro del sector editorial, político y financiero en la fiesta que da fin al verano -aunque la temperatura seguía siendo alta y el gentío contribuía con notable calor humano, besos, abrazos, reencuentros y perfumes y las planchas de Nando Jubany que aumentaban en algunos grados el ambiente- y que hace que empiece la normalidad. Siguiente cita para los privilegiados: Frankfurt.
El escocés protagonizó dos de las anécdotas de la noche: tardó casi ocho minutos en llegar al escenario perdido en los ascensores de la casa (hubo quien, malicioso, pensó que se había independizado del protocolo como buen escocés) y en plena rueda de prensa, cuando ya estaba empezando a cansarse de las preguntas políticas pidió si “¿podemos ir a continuar tomando copas?” Que recordemos es el primer autor que en la rueda de prensa siguió con el cava rosado en lugar de con agua. Por cierto, en esos ocho minutos Cristina Puig, jefa de prensa y presentadora de la gala, estuvo impecable sobre el escenario y eso que la papeleta no era fácil porque Rankin parecía secuestrado…
Ya en la sala de prensa, Rankin estuvo brillante y simpático, reconoció que no sabe por qué la gente se enamora de Rebus, su personaje fetiche; se mostró entusiasmado con el referéndum escocés y la participación e implicación de la gente joven en el proceso; dijo que no escribirá sobre el Brexit; reconoció un cambio en la literatura negra en Escocia en la que están entrando nuevas generaciones; reconoció que le encantaría que le tradujeran al máximo de lenguas posibles incluyendo catalán y gaélico -nuevo inciso, confundió una lengua minoritaria, el gaélico escocés con 58.000 habitantes con una lengua minorizada, el catalán, con 9 millones de hablantes, algo así como confundir churras con merinas- e incluso se hizo fotos con los periodistas.
En su discurso declaró su amor por Edimburgo, la literatura escocesa y la novela negra como herramienta para interrogarse por las barbaridades del ser humano. La alcaldesa Colau fardó de Barcelona como ciudad literaria y de acogida en un discurso casi de Ciudadanos -por lo del trilingüismo-. Luego siguió la fiesta en la que en este año hubo tanta gente que tuvieron que poner guardas de seguridad para separar el séptimo piso del octavo (donde a primera hora ya se había acabado la cerveza), y en la que se reunió todo el mundo. Incluso estaba Carlos Zanón, que sonó en todas las quinielas como posible ganador. Y es que con las primeras copas de cava y de gintónic se apostaba por un autor de la casa, y tal vez mujer y sin ninguna duda español. Los nombres que más sonaron fueron el de Berna González y el del propio Zanón. Lo que demuestra que, en general, el sector editorial, la acierta más bebiendo gintónics y comiendo canapés que no haciendo apuestas.
Ahora, en otoño, podremos leer el nuevo Rankin, una novela en la que el tema de la paternidad está más presente que nunca y en la que el amor por Escocia seguirá omnipresente.