El día en que Jordi Ledesma se convirtió en Mohamed Alí

Con “Lo que nos queda de la muerte” el autor deja de ser una revelación para convertirse en un peso pesado de la literatura española

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Si este fuese un país normal, un país que amase los libros o como mínimo con una parte importante de su población que amase los libros, no haría falta que nadie presentase a Jordi Ledesma (Tarragona, 1979). Nadie se sorprendería del hecho que este año este chico haya escrito la mejor novela negra del año en español. E incluso es más, tal vez una de las mejores novelas del año en español, prescindiendo de todos los géneros. Servidor, amante de meterse en berenjenales importantes, le definió en momento como el escritor de género negro de España más importante de su generación -los nacidos después de la muerte de Franco-. Ahora, con su tercera novela se consagra como uno de los integrantes del póquer de ases de la literatura española postfranquista junto con David Barba, Jorge Carrión, Isaac Rosa (que es de 1974 pero incluyo en la lista) transcendiendo por completo las limitaciones del género pero sin abandonarlo. Jordi Ledesma no es ninguna revelación, ni ningún secreto oculto ni nada parecido. Es uno de los mejores escritores españoles de su generación.

Lo que nos queda de la muerte (Alrevés, 2016) no es una novela negra al uso. Al contrario. Durante más de cien páginas pensé que tal vez ni siquiera era una novela negra. De lo que no había ninguna duda era de que el libro era “la novela”. De que era absolutamente igual si se convertía en negra o no, porque el placer de su lectura era semejante al de la lectura de mis autores preferidos. Las frases en las que no sobra nada, los parrafos largos, bien meditados. Y el puñetazo preciso. Nada de buscar la boca del estómago para dejarte sin respiración. Nada de castigar las costillas o el hígado. No. Un baile hipnótico alrededor de la presa y un golpe demoledor en la cabeza. Y otro. Y otro. Sin piedad. Como Alí en sus buenos tiempos. Con la nobleza y la honestidad de los grandes escritores. Con la profunda capacidad para captar la naturaleza humana y destruirla en tan solo un instante. Y con el amor absoluto por esas playas en las que todos enterramos nuestros sueños.

La novela de Ledesma es un artefacto de una potencia terrible, empezando por su doble instancia narrativa. El narrador es una primera persona omnisciente que explica la historia desde el presente de la acción pero sabiendo todo su desarrollo futuro. El narratario es ese lector ideal en el que el autor ha pensado en todo momento: esta es una novela para inconformistas, para lectores que sepan que ser lector es una profesión de riesgo, te puedes jugar todo el edificio conceptual sobre el que has cimentado tus verdades en un solo párrafo. Ledesma obliga a replanteárselo todo, incluso la manera de leer porque nos saca contínuamente de nuestra zona de confort, nos obliga a leer en un tiempo verbal tan angustiante como es el futuro, aunque a veces lo tiña de playas y puestas de sol y pequeños briznes de esperanza.

Jordi Ledesma entusiasma a sus lectores porque sabes que cada novela es una aventura. Si en las anteriores la violencia era explícita, trepidante, construida desde el minuto cero de la narración, aquí es intuida, latente, dilatada en una atmosfera que por sí sola es violencia pura, la de la explotación, la de las clases sociales, la del micromundo formado en un puerto, una playa y su extensión sesentera. Unas vías de tren partiendo por completo tantos y tantos mundos que son un mismo Tercer Mundo.

Dicen que los escritores españoles afincados en Cataluña son los que mejor han sabido explicar el polvorín social que es la propia Cataluña. Estoy bastante de acuerdo, aunque también hay escritores catalanes que lo han hecho muy bien, Baltasar Porcel en algunas novelas, por ejemplo. Pero es cierto que a los Marsé, a los Vázquez Montalbán, a los Pérez Andújar y compañía debemos añadirles el nombre de Jordi Ledesma. Pero sin por ello renunciar a otro tipo de escritores como Enrique Vila Matas que se ha convertido en un grandísimo escritor europeo escribiendo en castellano desde Barcelona y que es diametralmente opuesto a la literatura de los nombres antes mencionados excepto por una cosa: la ambición, la misma que tiene Jordi Ledesma. Creo que hay algo que mueve a Ledesma cada vez que se pone ante el folio en blanco y es la ambición, las ganas de hacer un libro impecable en cada oasión.  Lo dice el narrador en una de las raras veces en que se convierte en un protagonista más, cuando abandona su condición de personaje único de la ficción: “-Que me va a costar dos huevos ganarme la vida como escritor, pero no me queda otra- aclaré” (página 148). En ese momento de la obra, uno de los más intensos del libro, se resume la esencia de Ledesma y la tristeza de este país.

Y es que un escritor que usa tan maravillosamente la conjunción “y” para absorber a sus lectores hasta convertirles en el epicentro de este torrente de recursos narrativos, no debería ser un desconocido. Para que Ledesma pueda trascender más allá de su condición de escritor imprescindible sus lectores debemos proclamar la buena nueva: no ha nacido un nuevo escritor, se acaba de consagrar alguien de quien un día podremos vanagloriarnos de haber leído cuando empezaba.

SEBASTIÀ BENNASAR

Lo que nos queda de la muerte

Jordi Ledesma.

Alrevés

188 páginas.