Digámoslo claro: Dolores Redondo es un producto perfecto de la mercadotecnia editorial española. Y también digámoslo claro: la industria editorial necesita cada cuatro o cinco años un descubrimiento semejante, un autor superventas que ayude a cuadrar la cuenta de resultados y que mantenga los puestos de trabajo menos agradecidos en esos grandes grupos editoriales: correctores de pruebas externos, traductores mal pagados, editores de mesa, diseñadores de portada e incluso comerciales que tienen que salir a la calle a convencer a los libreros que ese libro tienen que tenerlo en sus mesas de novedades. Pero que no nos engañen, la similitud del producto comercial con la buena literatura es cero. Muy lejos están los tiempos en que tipos como Max Perkins convertían a Scott Fitzgerald o a Hemingway en un superventas (ojo, como novelista Scott era mucho mejor) y hacían que Scribner’s ganase pasta gansa con buena literatura.
Lo que ya me parece insultante es que Dolores Redondo llegue a afirmar en una entrevista que “la novela negra se me queda pequeña”. Evidentemente, Redondo jamás ha hecho novela negra. Ha escrito historias con una policía que, quienes la han leído, dicen que es interesante. Reconozco que yo, a las 40 páginas ya había mandado el libro a tomar por saco y estaba deleitándome con con buenos autores de novela negra como Alexis Ravelo, Jordi Ledesma, Carlos Augusto Casas, Empar Fernández, Rosa Ribas, Julián Ibáñez, Carlos Zanón, Paco Gómez Escribano, Andreu Martín, Juan Madrid, Susana Hernández, Juanjo Braulio, Agustín Fernández, Emili Bayo, Diego Ameixeiras y tantos y tantos otros, incluidos catalanes, vascos, gallegos y los extranjeros. Gente que sabe perfectamente qué es novela negra y qué es producto comercial destinado a las grandes masas lectoras.
La novela negra le viene grande a Dolores Redondo porque la literatura le viene grande. Le funciona el producto fácil, de muchas páginas, con múltiples tramas, con elementos fantásticos y bonitos paisajes. Pero no es Fred Vargas, por Dios. La novela negra le viene grande porque su literatura no quiere remover el alma humana sino confortarla y eso jamás será novela negra y porque provocar indiferencia cuando no hastío debería ser preocupante.
Recuerdo perfectamente su primera intervención en BCNegra hace ya unos años. Ese día entendí el concepto de vaciedad. Y ya digo, bienvenidos sean sus libros si mantienen en pie la industria en estos días difíciles, pero alguien debería asesorarla para que no diga tonterías y no insulte a los buenos lectores de un género que dudo que conozca en profundidad. No pasa nada, nadie la obliga a escribir novela negra, ni ningún librero debería colocarla en los estantes del género. Ese es el problema principal, que alguien ha querido vender lo que no era donde no debía para aprovecharse de los lectores. Y oigan, ya estamos hartos de estafas y postureo.